LA IMPORTANCIA DEL PAPANICOLAU
Cuando el órgano perjudicado es el cuello del útero, a veces la paciente presenta un flujo crónico que tampoco responde a los tratamientos habituales y, consecuentemente, ante este tipo de irritaciones el primer paso por parte del médico debe ser la presunción clínica basada en un cuidadoso interrogatorio.
En el examen juegan un importante rol el PAP y la observación, ya sea en forma directa o a través del colposcoplo, que no es ni más ni menos que una gran lente de aumento con una potente luz. Mediante este instrumento se pueden identificar las áreas sospechosas y proceder a la biopsia para confirmar el diagnóstico.
Asimismo, existen otros tests -algunos de ellos muy específicos- que sirven para determinar el virus y su variedad, porque hay más de setenta clases identificadas. Hablar de tratamiento implica referirnos a los daños ocasionados por el HPV y no al virus en sí mismo porque no hay un procedimiento determinado que lo elimine, tal como ocurre por ejemplo con una bacteria, que sí puede ser aniquilada con un antibiótico.
A partir de este concepto puede afirmarse que se conocen una gran variedad de métodos terapéuticos, los cuales se aplican de acuerdo con la severidad de la lesión, su localización y algunos otros factores. Un hecho importante, a tener en cuenta con anterioridad al tratamiento, es que en numerosas oportunidades el HPV coexiste con otras enfermedades de transmisión sexual que también deben ser diagnosticadas y atendidas. Los tratamientos incluyen:
1) Métodos destructivos, como el láser y la crioterapia.
2) Métodos o agentes químicos, entre ellos el ácido tricloroacético.
3) Medicación específica.
4) Cirugía convencional.
5) Inmunoterapia antiviral específica. Muchas de estas prácticas deben repetirse varias veces, durante largo tiempo en ocasiones, por el alto índice de falla que presentan. Por lo tanto, los exámenes periódicos son recomendables después de cualquier tratamiento.
Cuando el órgano perjudicado es el cuello del útero, a veces la paciente presenta un flujo crónico que tampoco responde a los tratamientos habituales y, consecuentemente, ante este tipo de irritaciones el primer paso por parte del médico debe ser la presunción clínica basada en un cuidadoso interrogatorio.
En el examen juegan un importante rol el PAP y la observación, ya sea en forma directa o a través del colposcoplo, que no es ni más ni menos que una gran lente de aumento con una potente luz. Mediante este instrumento se pueden identificar las áreas sospechosas y proceder a la biopsia para confirmar el diagnóstico.
Asimismo, existen otros tests -algunos de ellos muy específicos- que sirven para determinar el virus y su variedad, porque hay más de setenta clases identificadas. Hablar de tratamiento implica referirnos a los daños ocasionados por el HPV y no al virus en sí mismo porque no hay un procedimiento determinado que lo elimine, tal como ocurre por ejemplo con una bacteria, que sí puede ser aniquilada con un antibiótico.
A partir de este concepto puede afirmarse que se conocen una gran variedad de métodos terapéuticos, los cuales se aplican de acuerdo con la severidad de la lesión, su localización y algunos otros factores. Un hecho importante, a tener en cuenta con anterioridad al tratamiento, es que en numerosas oportunidades el HPV coexiste con otras enfermedades de transmisión sexual que también deben ser diagnosticadas y atendidas. Los tratamientos incluyen:
1) Métodos destructivos, como el láser y la crioterapia.
2) Métodos o agentes químicos, entre ellos el ácido tricloroacético.
3) Medicación específica.
4) Cirugía convencional.
5) Inmunoterapia antiviral específica. Muchas de estas prácticas deben repetirse varias veces, durante largo tiempo en ocasiones, por el alto índice de falla que presentan. Por lo tanto, los exámenes periódicos son recomendables después de cualquier tratamiento.