Como mencionamos en post anteriores, la actividad física lleva a perder cierta cantidad de líquidos.
Al perder esta cantidad de líquidos, más algunos elementos no menos importantes como el sodio y el potasio, se enciende una alarma invisible: la sed. Ella es la que nos recuerda que resultará imprescindible reponer lo antes posible cuanto acabamos de perder con el esfuerzo. Para muchos es un detalle, pero es un reclamo que hace el organismo. Cuando la sed aparece, el proceso de deshidratación siempre le lleva un campo de ventaja, por lo que bien podría decirse que la necesidad de ingerir líquidos es un indicador tardío de la deshidratación.
¿Y cuál es entonces el problema? Muy simple: al perder líquidos la sangre se torna cada vez más espesa y el corazón comienza a trabajar más forzado. Además, conforme el cuerpo va perdiendo líquidos, disminuye su nivel de transpiración, con el objeto de no quedarse por completo sin ellos. Y esto, a su vez, provoca que la temperatura continúe subiendo.
Al perder esta cantidad de líquidos, más algunos elementos no menos importantes como el sodio y el potasio, se enciende una alarma invisible: la sed. Ella es la que nos recuerda que resultará imprescindible reponer lo antes posible cuanto acabamos de perder con el esfuerzo. Para muchos es un detalle, pero es un reclamo que hace el organismo. Cuando la sed aparece, el proceso de deshidratación siempre le lleva un campo de ventaja, por lo que bien podría decirse que la necesidad de ingerir líquidos es un indicador tardío de la deshidratación.
¿Y cuál es entonces el problema? Muy simple: al perder líquidos la sangre se torna cada vez más espesa y el corazón comienza a trabajar más forzado. Además, conforme el cuerpo va perdiendo líquidos, disminuye su nivel de transpiración, con el objeto de no quedarse por completo sin ellos. Y esto, a su vez, provoca que la temperatura continúe subiendo.