Es fácil constatar cómo esta guerra de la Imagen y de las apariencias, desencadenada en la morbosa tendencia de los hombres a compararse con los otros, no los hace del todo felices. "La infelicidad consiste en hacer comparaciones" decía el filósofo Spinoza.
Calcular todo lo más y todo lo menos -quedando fascinados por lo más de los otros y sufriendo por lo menos de uno- es una de las actitudes más estúpidas: no sólo es totalmente vana sino que también impide mirar hacia adentro de uno e Interrogarse seriamente acerca de los fundamentos de las propias elecciones y preferencias.
De allí, que todos los yo aquí, yo allá con que nos presentamos ante los otros son usualmente otras tantas falsas certezas que deberían ser revisadas y cuestionadas. Nuestro minúsculo o pomposo Yo, se protege así de la angustia existencia!, pero al mismo tiempo nos impide conocer nuestra verdadera naturaleza -que va más allá de la reluciente imagen que proyectamos de nosotros- y , de este modo, nos impide tomar conciencia de nuestros reales deseos.
Para saber qué es lo que uno quiere es necesario saber que es lo que uno es: las dos cosas van de la mano. Es inevitable pensar que los hombres se engañan a si mismos, escribía Freud. Mientras ellos se esfuerzan por conseguir placer, éxito, riqueza -o mientras lo miran en los otros- están subordinando los verdaderos valores de la vida. El sufrimiento nos amenaza desde tres lugares: sobre el cuerpo, con el dolor y la enfermedad; desde el mundo externo, con su carga de angustia, y finalmente en nuestras relaciones con ios otros.
Nosotros no tenemos el control completo de nuestro cuerpo ni de nuestro medio ambiente. Pero, en lo que respecta a nuestra relación con los demás, sucede todo lo contrario: podemos y debemos intervenir. Sin embargo lo que sucede generalmente es que por ignorancia o por ceguera nosotros mismos nos convertimos en los artífices de nuestra propia desventura.
Las consecuencias se hacen presentes, por ejemplo, cuando confundimos lo que creíamos querer con lo que queríamos verdaderamente. En estos casos lo que está garantizado es la insatisfacción crónica. A menos que uno se decida a tomar el toro por las astas y hacer algo para cambiar. Y como no se puede cambiar lo que no se conoce resulta útil seguir el consejo de Spinoza que reza: Conócete a ti mismo.
Existen individuos que parecen atraer a la mala suerte: cada uno de sus días y toda su existencia son un elenco de contrariedades, imprevistos y desgracias. Puras desgracias, afirma alguien comentando su propias desventuras. No, la culpa es sólo mía porque fue hecho así, opina otro. Estas dos posturas fundamentales, que en mayor o menor medida son muy comunes, esconden jn temor radical: el de aceptar la pro-oia responsabilidad.
En todas las circunstancias de la vida, uno siempre tiene un cierto margen, por muy estrecho que fuere, de posibilidad de elección. Algo muy difícil de aceptar, por cierto es la ¡dea de que todas nuestras dificultades sean simplemente frutos de la desgracia.
Elisa por ejemplo, está atravesando un período negro: el marido la ha dejado por otra mujer, la señora de ¡a limpieza se fue sin previo aviso, su hija de tres años, no duerme bien y rechaza la comida. Finalmente para com-oletar el cuadro su adorado perro esta afectado por una grave enfermedad de los huesos.
Calcular todo lo más y todo lo menos -quedando fascinados por lo más de los otros y sufriendo por lo menos de uno- es una de las actitudes más estúpidas: no sólo es totalmente vana sino que también impide mirar hacia adentro de uno e Interrogarse seriamente acerca de los fundamentos de las propias elecciones y preferencias.
De allí, que todos los yo aquí, yo allá con que nos presentamos ante los otros son usualmente otras tantas falsas certezas que deberían ser revisadas y cuestionadas. Nuestro minúsculo o pomposo Yo, se protege así de la angustia existencia!, pero al mismo tiempo nos impide conocer nuestra verdadera naturaleza -que va más allá de la reluciente imagen que proyectamos de nosotros- y , de este modo, nos impide tomar conciencia de nuestros reales deseos.
Para saber qué es lo que uno quiere es necesario saber que es lo que uno es: las dos cosas van de la mano. Es inevitable pensar que los hombres se engañan a si mismos, escribía Freud. Mientras ellos se esfuerzan por conseguir placer, éxito, riqueza -o mientras lo miran en los otros- están subordinando los verdaderos valores de la vida. El sufrimiento nos amenaza desde tres lugares: sobre el cuerpo, con el dolor y la enfermedad; desde el mundo externo, con su carga de angustia, y finalmente en nuestras relaciones con ios otros.
Nosotros no tenemos el control completo de nuestro cuerpo ni de nuestro medio ambiente. Pero, en lo que respecta a nuestra relación con los demás, sucede todo lo contrario: podemos y debemos intervenir. Sin embargo lo que sucede generalmente es que por ignorancia o por ceguera nosotros mismos nos convertimos en los artífices de nuestra propia desventura.
Las consecuencias se hacen presentes, por ejemplo, cuando confundimos lo que creíamos querer con lo que queríamos verdaderamente. En estos casos lo que está garantizado es la insatisfacción crónica. A menos que uno se decida a tomar el toro por las astas y hacer algo para cambiar. Y como no se puede cambiar lo que no se conoce resulta útil seguir el consejo de Spinoza que reza: Conócete a ti mismo.
Existen individuos que parecen atraer a la mala suerte: cada uno de sus días y toda su existencia son un elenco de contrariedades, imprevistos y desgracias. Puras desgracias, afirma alguien comentando su propias desventuras. No, la culpa es sólo mía porque fue hecho así, opina otro. Estas dos posturas fundamentales, que en mayor o menor medida son muy comunes, esconden jn temor radical: el de aceptar la pro-oia responsabilidad.
En todas las circunstancias de la vida, uno siempre tiene un cierto margen, por muy estrecho que fuere, de posibilidad de elección. Algo muy difícil de aceptar, por cierto es la ¡dea de que todas nuestras dificultades sean simplemente frutos de la desgracia.
Elisa por ejemplo, está atravesando un período negro: el marido la ha dejado por otra mujer, la señora de ¡a limpieza se fue sin previo aviso, su hija de tres años, no duerme bien y rechaza la comida. Finalmente para com-oletar el cuadro su adorado perro esta afectado por una grave enfermedad de los huesos.