Infaltables en los botiquines hogareños, los antibióticos se han convertido en un arma implacable contra las infecciones. Sin embargo, es fundamental hacer buen uso de ellos. Para eso, en esta nota le damos algunos consejos que maximizarán su eficacia y minimizarán sus riesgos.
Las nuevas generaciones han incorporado los antibióticos a sus botiquines como algo común y corriente, como si se tratara de un antiséptico o un analgésico. Sin embargo, la historia de estos medicamentos es tan corta como la del ratón Mickey. Hace cincuenta años, Alexander Fleming descubrió la acción terapéutica de la penicilina, y con ella, un nuevo universo se abrió para la medicina. Hasta entonces, las sencillas infecciones de los senos frontales podían ser fatales, y hasta una cortadura podía matar.
En la actualidad, el cincuenta por ciento de los pediatras se consagra a luchar contra las infecciones bacterianas en los niños, y es rara la persona que no haya tragado esas pildoras o no haya sobornado a sus hijos para que engullesen una cucharadita de alguna sustancia rosada, dando por sentado que uno se sentiría mejor en pocos días. Pero muchos de nosotros aún albergamos algunas persistentes dudas acerca de esas drogas, creadas hacia la Segunda Guerra Mundial:
¿Cómo actúan? ¿Cómo habría que tomarlas? ¿Qué efectos colaterales potenciales cabe esperar? ¿No estará el médico recetándolas en exceso? Conociendo algunas claves mágicas acerca de estos notables medicamentos, usted podrá maximizar su eficacia y minimizar sus riesgos.
Pero primero es importante entender precisamente qué son los antibióticos. Para decirlo crudamente se trata de una especie de pesticida. Por ende, y al igual que los insecticidas, los antibióticos son mucho más tóxicos para las pestes que para la gente. Esa toxicidad selectiva es la que permite que estas drogas borren una infección bacteriana sin envenenarnos también a nosotros.
Puesto que los procesos vitales bacterianos son tan diferentes de los nuestros, los antibióticos pueden actuar selectivamente en el metabolismo de un germen, en su estructura o bien en su capacidad reproductiva. El resultado es una bacteria muerta o desarmada, que el sistema inmunológico de nuestro cuerpo podrá eliminar con facilidad.
Las nuevas generaciones han incorporado los antibióticos a sus botiquines como algo común y corriente, como si se tratara de un antiséptico o un analgésico. Sin embargo, la historia de estos medicamentos es tan corta como la del ratón Mickey. Hace cincuenta años, Alexander Fleming descubrió la acción terapéutica de la penicilina, y con ella, un nuevo universo se abrió para la medicina. Hasta entonces, las sencillas infecciones de los senos frontales podían ser fatales, y hasta una cortadura podía matar.
En la actualidad, el cincuenta por ciento de los pediatras se consagra a luchar contra las infecciones bacterianas en los niños, y es rara la persona que no haya tragado esas pildoras o no haya sobornado a sus hijos para que engullesen una cucharadita de alguna sustancia rosada, dando por sentado que uno se sentiría mejor en pocos días. Pero muchos de nosotros aún albergamos algunas persistentes dudas acerca de esas drogas, creadas hacia la Segunda Guerra Mundial:
¿Cómo actúan? ¿Cómo habría que tomarlas? ¿Qué efectos colaterales potenciales cabe esperar? ¿No estará el médico recetándolas en exceso? Conociendo algunas claves mágicas acerca de estos notables medicamentos, usted podrá maximizar su eficacia y minimizar sus riesgos.
Pero primero es importante entender precisamente qué son los antibióticos. Para decirlo crudamente se trata de una especie de pesticida. Por ende, y al igual que los insecticidas, los antibióticos son mucho más tóxicos para las pestes que para la gente. Esa toxicidad selectiva es la que permite que estas drogas borren una infección bacteriana sin envenenarnos también a nosotros.
Puesto que los procesos vitales bacterianos son tan diferentes de los nuestros, los antibióticos pueden actuar selectivamente en el metabolismo de un germen, en su estructura o bien en su capacidad reproductiva. El resultado es una bacteria muerta o desarmada, que el sistema inmunológico de nuestro cuerpo podrá eliminar con facilidad.
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